Ha ganado el Premio Nacional de Moda 2012 y es el creador español con más reconocimiento internacional. Pero no está solo. Descubrimos a las dos mujeres que le cubren la espalda: su hermana Evangelina y su sobrina Kristina.
Escondida en una angosta callejuela de Chelsea (el popular barrio de Londres) se encuentra la tienda insignia de Blahnik. No es como la mayoría de las “flagship stores” de las grandes marcas, revestidas con cristal al ácido y galerías de dos alturas. Aquí, las ventanas están medio tapadas por los árboles y el interior es una pequeña y oscura madriguera de despachos. Solo cuando te fijas en lo que hay en la ventana, descubres qué tipo de tienda es, ya que ahí, escrito en discretas letras negras y mayúsculas, se puede leer: Manolo Blahnik. Este espacio resume la filosofía de la firma y al hombre que la creó, el mismo que hace unos días recibió el Premio Nacional de Moda 2012. Una forma de ser que Evangelina, su hermana y colaboradora, define como “modesta”, y que un experto en el mundo de los negocios podría calificar de locura. La mujer encargada de lograr ese difícil equilibrio entre el pasado y el futuro es la hija de Evangelina (y sobrina de Manolo), Kristina. Y con ellos tres nos hemos encontrado en Londres.
Ella y su hermano crecieron en Canarias, hijos de un checo que era dueño de una plantación de plátanos y que estaba casado con una española. La madre de Manolo y Evangelina tenía debilidad por los modelos de Balenciaga y convenció al zapatero del pueblo para que la enseñase a hacer sus propios zapatos. “Mi madre vivía con esa necesidad increíble de poseer zapatos maravillosos, porque en esa época, en plena posguerra, no teníamos cosas bonitas. Era una mujer brillante”, recuerda. ¿Fue entonces cuando decidió que lo de los zapatos era para él? “No. Jamás. Nunca se me habría ocurrido”.
Llegó a este universo, según cuenta, por accidente. Podría haber sido diseñador de cualquier cosa: de portadas de revistas, de mobiliario... Pero, tras llevar casi 40 años en el negocio del calzado, Manolo tiene un estilo de otra época, un tiempo más lento y elegante. Él se lamenta de que muchos de los zapatos que se hacen ahora sean de plástico y se burla de la idea de usar un ordenador como herramienta de diseño. “Aunque lo que más ha cambiado en este tiempo, y es algo que estamos reaccionando, es que ahora la gente pontifica con altavoces –dice Kristina–. Si tú no lo haces, corres el riesgo de volverte irrelevante”.
“Sin interés”, añade Manolo. Y esa parece ser su muletilla desdeñosa, la que reserva para casi todo, desde el comercio electrónico (“No me interesa. No me reporta ninguna satisfacción”) hasta la moda del porvenir, las tendencias, la fama o la vida en el campo (“¿Está loca? ¿El campo?”). Lo que sí le interesa, para que conste, es más o menos todo lo demás, es decir, desde los libros y las películas antiguas hasta el arte y la arquitectura.
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